Capturar el paisaje en un cuadro, es capturar la mayor cantidad de vida posible de un lugar. El paisaje respira, late, vive, se mueve; nunca se toman dos fotografías idénticas de un mismo sitio. Cuando se captura el paisaje, el fotógrafo trata de plasmar en la imagen el recuerdo indemne de cuando estuvo en algún lugar, y apoyado por la cámara, conserva el instante cuando entregó sus sentidos al espacio, a la tierra, al arte, al mundo.
En mi viaje por el elysium francés, pisé ciudades que, hasta ese día, sólo vivían en mi imaginación. En cada lugar dejé un poco de mi alma, o más bien, me fue arrebatado. Podría decirse que cada vez que un paisaje alteraba mis sentidos, dejaba un tiempo de mí para vislumbrar el panorama frente a mis ojos; era ahí cuando me convertía en víctima de un asalto y era desprendido de un pedazo de mi ser. A cambio de tal robo, apuntaba con mi cámara y disparaba, tomaba la fotografía del lugar para llenar el hueco de mi alma que se quedaba, y poder remplazarlo por el sublime recuerdo de que estuve allí.
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